El pene ha sido reverenciado por el hombre desde que alguien comprendió que un solo varón, por virtud de su órgano, podía impregnar un gran número de mujeres. En las culturas primitivas ese poder le dio al pene una clara supremacía sobre los órganos femeninos para la copulación y la reproducción. El arte primitivo hace básicamente hincapié en el pene.
El símbolo fálico se encuentra en sociedades dispares desde el comienzo de la historia conocida, comenzando por las pinturas de las cuevas del sur de Francia pertenecientes a la edad de piedra. No han faltado los psicólogos que han visto la influencia fálica en el monumento (obelisco) a Washington, la torre Eiffel, el obelisco de Buenos Aires y en otros monumentos grandiosos modernos que apuntan hacia el cielo.
Ciertamente el hombre del siglo XX aún reverencia al pene. Pero lo observa como un instrumento de placer y el símbolo de su poder sexual sobre la mujer más que como el gran medio de fecundación. Los modernos estándares fálicos se basan en los súper penes de los actores de las películas pornográficas, sexos capaces de llegar a los 23 o más centímetros, que se hinchan y palpitan y pueden bombear repetidamente en múltiple orificios antes de verter copiosas cantidades de semen blanco y caliente, por lo general en dirección a la cámara. El gran temor del hombre moderno es que su propio órgano no alcance las medidas que establece este icono cultural. » La mayoría de los hombres, las únicas erecciones que ven, además de las propias, son las que aparecen en las películas pornográficas» dice Michael Castleman autor de Sexual Solutions. Esos actores son elegidos por poseer falos inusualmente grandes. Compararse con ellos es como comparar la propia estatura con la de los jugadores de los Globe Trotters. ¿Quién no se sentiría petiso? Continuar leyendo >>